domingo, 4 de julio de 2010

El Futbolista-Símbolo


Ronaldo combate la caspa, Thierry Henry y Kaká controlan con éxito la pilosidad masculina, y este último, cada vez que puede, hace propaganda viral para la iglesia evangélica.

El futbolista como constructor de marcas nació sutilmente en los años setenta. Cualquier imagen de los mundiales previos permite constatar que camisetas y zapatos no tenían más identidad que la de la federación respectiva. Ya mencionamos la propaganda viral Pelé-Puma, que inauguró la era de la televisión vía satélite y renovó las hostilidades entre los hermanos Dassler y sus herederos.

Desde entonces, el hombre que corre y patea pelotas encarna además (y por si fuera poco) los valores superiores de la humanidad. Coraje, vigor, astucia: los mismos que llevaron al homo sapiens a dominar la estepa y erguirse en especie dominante. Solo que ahora revestidos del aura simbólica de las nuevas territorialidades post-Segunda Guerra y post-Guerra Fría. Los colores de un país o de una tribu. Cataluña, Liverpool, o la larga y estrecha faja vapuleada por los terremotos.

Es interesante que las selecciones nacionales que más movilizan recursos económicos y simbólicos (léase emocionales) sean naciones federales como Alemania, Brasil, Argentina, o con fuertes autonomías culturales como Italia (no en vano Mussolini invirtió en ello) y ahora España... ellos ganan y tocan el cielo; pierden y es como si se les muriera la madre (¡la mamma!).

Pero volviendo al futbolista-símbolo. Se ha podido constatar también la saturación del modelo: juegan mejor en el comercial que en la vida real. El pobre Messi se pasa a un equipo entero de monigotes digitales, con gambetas imposibles en el fútbol real. La estética de ciencia ficción complica más las cosas. Ronaldo es más efectivo contra la caspa que contra el equipo rival (salvo si son norcoreanos), y las mejillas prístinas de Henry son la contracara de las turbios relaciones entre los franceses, el técnico y la federación.


Durante el mudial 2002 Adidas se la jugó por unos comerciales donde los grandes futbolistas eran amigos, y pinchangueaban relajados en una playa.

Ya se puede halar de una relación inversamente proporcional entre la fama y efectividad cuando se juega por el club extranjero, versus la impotencia a la hora de defender los colores patrios. Los marketeros ya están explorando otras maneras de sacarle una tajada a la torta mundialera: niños que sueñan con ser grandes futbolistas, o ciudadanos comunes controlando pelotas en el zócalo del DF. Porque para fichar diamantes en bruto como Ozil, el joven turco de Alemania, no les da. Tienen todo el tiempo del mundo para arruinar su talento.

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